Fastidio. Cansancio. Hartazgo. Aburrimiento... una y otra vez, mil novecientas setenta y nueve veces y contando... Malestar generalizado, en tu cuerpo y en tu alma...
¿Cómo hacer entender al tiempo que a pesar de que la vida es buena y la luz suficiente hay una constante sensación de enfado nervioso que te hace temblar las piernas y que te marchita el ánimo? ¿Cómo hacer que el mundo comprenda que a pesar de su pasividad y su ernomidad te resulta chico y sientes que te confina y te comprime el alma como esos cuartos-trampa de las historias de cazadores de tesoros? ¿Cómo descifrar tú mismo el estado de tedio y la cólera encapsulada que te envuelven desde dentro haciéndote creer que es el exterior lo que pesa cuando el exterior parece ser la única respuesta al dilema en que te encuentras? ¿Cómo desalojar los intestinos del hastío cuando han de ser recargados con nuevo peso cada seis horas?
Sueñas, despiertas, te alimentas, trabajas, orinas, defecas, creas, destruyes, te cansas y descansas -nada ha sido suficiente-... expones, dispones, descompones, te repones... aplicas, explicas, replicas, te complicas... repites dos mil siete veces que tienes la razón, que sabes lo que pasa, que tienes una solución y que sólo es cuestión de tiempo... discutes una y otra vez -con ellos, contigo-, dictas tus puntos, atacas, defiendes, pero sobre todo ofendes, y sabes que a la mañana siguiente la historia será la misma y no tienes escapatoria, la historia será la misma... desgastada, raspada, revolcada, hinchada, rellenada... la misma.
¿Cómo hacerlos comprender? ¿Cómo si tus palabras en sus mentes han perdido toda significación (o quizá nunca la han tenido)? ¿Cómo si tus gestos son a sus ojos vacíos sacos remendados, repetidos una y otra vez, confeccionados de veintiocho formas distinas y coloreados en treinta y cinco extavagantes tonos pero siempre -a través de su grises lagañas- invisibles? ¿A quién puedes hablarle que no se llame muro, viento, montaña, sol, noche o espejo? ¿Quién ha de escucharte cuando las palabras que tienes para pronunciar son los únicos verbos que nadie quiere oír? ¿Cómo encomendarte al destino libre cuando el mundo ya ha dictado sentencia sin escuchar el alegato? ¿Con qué palabras desatar el tumulto de tu memoria y de tu deseo cuando cada queja y cada petición se convierte y se pervierte en el camino retorcida, suavizada, traducida, traicionada? ¿Es acaso tu condena mítica esta de escribir sobre superficies virtuales, esta de gritar en zonas de silencio y dibujar en volutas interminables de aire reciclable?
... en busca de alguna respuesta, olfateando por si hay algún sentido en todo esto, seguiré caminando.