¿Recuerdas esa tienda ñoña con aroma de señora ricachona y letreros sobre fondo rosa mexicano? Sí, aquella que está junto a la tienda de mascotas donde compro los grillos para Loretta, en la plaza fresa donde vimos aquella película tonta... Hace rato paseaba yo por esa misma tienda, caminando sin rumbo fijo como el zombi de aquella película, atontado, pensando en nada, esquivando estantes con mi bolsita de grillos en una mano y mi cámara al cuello. Era uno de esos momentos en que los pies tienen voluntad propia aunque el alma parezca tullida, así que su caminar más no el mío me llevó al área de muebles, en el piso superior. ¿Te acuerdas de esa sala maravillosa que vimos esa tarde? ... no, la otra, la que nos gustó a los dos... sí, esa mera, la que nunca compramos porque mi sueldo no era suficiente. Bueno, pasaba yo por ahí y estaba ese mismo modelo (raro, después de dos años... se habrá convertido en un clásico o en parte del mobiliario de la tienda, per ahí estaba, justo el mismo modelo)... me senté un rato en el love-seat y me pareció escuchar mi nombre. Desde luego no volteé, supe que esa voz no había entrado por mis oídos. Ahí me quedé, tranquilo, no se supe si el tiemo transcurría, no lo noté, tenía hambre y no había cenado pero no quise regresar a esa fría cama que tengo en casa. Tenía hambre. No sé por qué, pero preferí regresar a la sala... un dependiente me preguntó si podía ayudarme, le dije que no, que esperaba a alguien, que me dejara en paz. Es casi la hora del cierre, dijo él, pero como yo no quería partir, pretendí marcharme para -en realidad- ocultarme en el baño. Las luces se apagaron, el ruido se fue y por fin me sentí de nuevo lleno, completo. Caminé una vez más como el zombi de la película, derecho tras los pasos de una guía invisible, sin parpadear, y mis pasos me guiaron hasta ese love-seat que tanto nos gustó aquella vez. Me instalé en él y cerré los ojos, la voz regresó e hicimos el amor. Toda la noche.
Son las cinco de la mañana, aún tengo hambre, pero no ha hecho frío. Falta poco para que abran la tienda, tendré que ir a casa a darme un baño para llegar al trabajo, y tú seguirás ahí en el sillón esperando que vuelva de la oficina, esperando que mis pasos de zombi me guíen hacia ti, aguardando que caiga la noche y me esconda en el baño para volver junto a ti a hacerte el amor, noche tras noche, hasta que junte lo suficiente para llevarte a casa.